Archivos de la categoría Valeria López Vela

Mujeres: asignatura pendiente

A cien años de inicio del movimiento feminista, las mujeres hemos visto pocos avances y muchos pendientes en la agenda de la igualdad sustantiva. Ser mujer, en cualquier país del mundo, sigue reclamando el doble de esfuerzo en ciudadanía, empleo y labores domésticas que lo que se pide a cualquier hombre.

Y aunque ha habido avances en representación política, la igualdad laboral es la asignatura pendiente que con mayor urgencia tenemos que enfrentar.

Todavía hoy, hay mesas académicas o políticas que no incluyen la voz de ninguna mujer. Las afirmaciones sexistas se minimizan y el lenguaje incluyente sigue molestando a los puristas de la gramática.

De acuerdo con datos de la OCDE, en la mayoría de los países de todas las regiones del mundo, las mujeres trabajamos más que los hombres.  La idea no me sorprende pues las mujeres debemos trabajar el doble que los varones para lograr los mismos niveles de salario, reconocimiento e influencia. Lo he visto cada día y todos los días.

Las cifras del informe señalan que, en promedio, el 52% del trabajo mundial es creado por mujeres frente a un 48% realizado por varones. Además, el informe reporta que el 31% del trabajo de cuidado no remunerado lo realizan mujeres. Y por si esto fuera poco, los empleadores no dejan de penalizar la atención que reclama el cuidado para las familias.

Además, el informe enfoca dos problemas en el desarrollo de las capacidades de las mujeres: la asimetría en el pago salarial –menor remuneración por el mismo trabajo; en Latinoamérica la brecha salarial ronda el 51%– y el trabajo de cuidado no pagado.

Las cifras muestran que las mujeres estamos más preparadas académicamente que los hombres; a pesar de esto, el 96% de las posiciones de liderazgo las ocupan varones. A este fenómeno hay que añadir la disparidad salarial que vivimos las mujeres: se nos paga como doctoras no como doctores. En México, por ejemplo, tendríamos que trabajar 120 días extras por año para igualar el salario de un varón en el mismo puesto.

Es devastador saber que la brecha de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres tardará 118 años en cerrarse. Lamentablemente, ninguna de nosotras tiene tantos años por delante.

Los mejores países para vivir siendo mujer son: Islandia, Finlandia y Suecia. Reino Unido ocupa la posición 28; España se sitúa en el 25; Estados Unidos es el lugar 28 mientras que Canadá es el número 30.

México ocupa el lugar 71 de 145, situación que no sorprende: en el país hay una sola gobernadora, dos ministras en la Suprema Corte de Justicia de la Nación; ocupamos solamente el 32% de los puestos de investigación en áreas motoras del desarrollo, de acuerdo con datos de Forbes.

En las elecciones, el voto femenino inclina las balanzas; en las próximas elecciones, exijamos a las candidatas y los candidatos una agenda puntual para revertir la desigualdad de las mujeres. No merecemos menos.

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Espejito, espejito, ¿quién es el presidente más bonito?

Poder decir, poder hablar, poder disentir son acciones que, muchas veces, damos por supuestas. Asumimos que cualquiera puede expresar sus ideas, sus pensamientos; que opinar es una manera de fortalecer a la democracia; que la prensa informará, criticará y cuestionará a los gobiernos en aras del bien común.
Pero no. En la polarización política estadounidense, hay medios que se han conformado con alabar y los que no, han sido excluidos de la información. Los medios de comunicación cumplen una función insustituible: informar a la sociedad, propiciar el debate público, señalar los excesos, ofrecer espacios de discusión. Trump lo sabe y, por eso, excluye de sus conferencias a quienes se atreven a la crítica, al disenso; lo hizo, como candidato, con el periodista mexicano, Jorge Ramos, de la cadena Univisión. Lo ha hecho como presidente con CNN, The New York Times, Politico…
Imagino esta charla, inspirada en el diálogo entre la Madrastra de Blanca Nieves y su espejo mágico, sancochada con las peculiaridades políticas de la era Trump: bizarra, primitiva pero real.
—Medio de comunicación, cadena de noticias, ¿quién es el presidente más guapo del mundo?
—Naturalmente, tú. Amado recuperador de nuestra gran nación. Solo tú has sabido defender nuestra supremacía blanca. Te critican los feos, los morenos, los musulmanes, los pobres, los mexicanos. Pero, ¿qué te importan? Nosotros estamos aquí para defenderte de esos seres insignificantes.
—Medio de comunicación, cadena de noticias, ¿verdad que todo lo que hago está bien?
—Por supuesto, ¡oh grandioso salvador de nuestros valores! De no ser por ti, estaríamos llenos de inmigrantes —todos delincuentes— que se roban nuestros empleos, nuestro dinero y a nuestras mujeres. ¡Gracias, presidente! No seríamos nada sin tu muro, sin tu veto migratorio, sin tu afán de protección por nuestras fronteras.
—Medio de comunicación, cadena de noticias, ¿verdad que están de acuerdo con todo lo que hago porque soy grandioso e infalible? ¿Verdad que no tengo que respetar las leyes? ¿Ni los tratados internacionales? ¿Ni toda esa basura propagandística de Obama y Hillary?
—No, presidente. Tú estás para servir a los empresarios, como tú. A los dueños de las aseguradoras que lucran con la salud de las personas. ¡Abajo el Obamacare! Tú tienes que garantizar que las mujeres sean los objetos decorativos que son, como tus edificios.
—Lo sabía. Todos los espejos que no reflejen mi grandiosa gestión son enemigos de América; no me reflejaré en sus superficies dañadas. De ser posible, los romperé.
¿Quiénes tienen miedo a hablar? ¿Quiénes rehúyen a la discusión pública? ¿Quiénes no soportan la crítica? Los autoritarios que actúan caprichosamente, que esperan el aplauso fácil de sus cómplices-subordinados. Pero en democracia, sólo la verdad nos hará libres.
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La sociedad abierta

El filósofo Karl Popper publicó, en 1945, el influyente libro La sociedad abierta y sus enemigos; en él, hace un repaso sobre las formas de organización política que han delineado grandes pensadores —Platón, Marx, Hegel—para concluir que debemos optar por sociedades abiertas por encima de las sociedades cerradas.
Las sociedades abiertas son aquellas cuyos gobiernos son tolerantes a las diferencias entre los ciudadanos, con gestiones transparentes y receptivas a las necesidades y demandas de la sociedad. Además, los ciudadanos pueden sustituir al gobierno sin necesidad de recurrir a la violencia mediante mecanismos previamente establecidos. Así, la democracia, la libertad y los derechos humanos se vuelven los pilares que sostienen dichas sociedades.
Por su parte, las sociedades cerradas están basadas en el pensamiento mágico, desprecian a la ciencia y son intolerantes a la crítica. El vínculo entre los ciudadanos descansa en cuestiones biológicas —parentesco, raza— y se rigen por la fuerza de las costumbres. Así, se vuelven intolerantes y estáticas. Suelen traducirse en dictaduras y regímenes militares.
Desde la mitad del siglo xx, la mayoría de los países occidentales tuvieron como horizonte político, como meta, el modelo de las sociedades abiertas. Así se construyeron las reglas del juego democrático y se definieron los elementos de las democracias sustantivas.
Desde hace un mes, el presidente Trump ha utilizado el marco de la sociedad abierta para gobernar con los principios de una sociedad cerrada. Esta contradicción conceptual es lo que hace especialmente complicado predecir sus movimientos y calcular sus intereses.
Trump se aprovecha de los beneficios de la democracia y los derechos humanos para pervertirlos; en estos treinta días ha polarizado a la sociedad norteamericana, amenzado a la comunidad internacional y ha revivido el antiamericanismo del siglo pasado. Y nada de esto abona a la paz.
El Presidente ha utilizado la libertad de expresión para sembrar discursos de odio; descalifica a los críticos y cuestiona la veracidad de su información. La amenaza se ha vuelto la marca de la casa y, el desconcierto, el humor nacional.
Con este doble discurso de gobierno perdemos todos pues, más allá de la circunstancia histórica, esta gestión de la Casa Blanca debilita a la democracia, a la comunidad internacional, a la economía y, naturalmente, a las sociedades abiertas.
Y aunque el capitán quiera cambiar el destino no debemos abandonar el barco sino de remar con más fuerza, con el viento en contra pero sin perder el rumbo: vayamos adonde queremos llegar.
Si algo bueno puede salir de esto, que sea un reforzamiento en las ideas de tolerancia, paz, libertad y derechos; no dejemos que nuestros principios sean trastocados por los delirios de los intereses de nadie.
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El camino hacia el impeachment

Desde la precandidatura, la candidatura y —ahora— la presidencia de Donald Trump, todo ha sido han sido un atentado en contra de las reglas del juego democrático.

La circunstancia histórico-política llamada Donald Trump es, simplemente, bizarra; tanto como imaginar que un empresario se colara como jugador titular del Barcelona y dejara fuera a Messi; insultara a los árbitros; vendiera sus mercancías en el medio tiempo; insultara a la afición y desconociera completamente los reglamentos de la FIFA. Y, por si fuera poco, reclamara para sí el balón de oro.

La conducta de Donald Trump va en contra de los principios fundacionales de Estados Unidos; en menos de un mes de gestión, el presidente ha desdeñado la importancia de la verdad —fake news—, de la libertad —atacar las convicciones religiosas—, y de la justicia —insultando a los jueces y cortes que lo contradicen—.

Está, además, el desprecio por los principios constitucionales; especialmente, por la quinta enmienda y el debido proceso pues no ha tenido el menor reparo en ordenar detenciones arbitrarias en contra de migrantes a quienes ha negado el beneficio de dicha enmienda.

Pero, mucho me temo, no será ninguno de estos asuntos lo que abra la puerta al impeachment sino que será el conflicto de intereses. La sombra de la Casa Blanca es de largo alcance, por lo que los políticos profesionales suelen apartarse del mundo de los negocios. No así, Donald Trump, quien sin el menor empacho sigue tweeteando en favor de sus intereses y en contra de sus enemigos, con consecuencias claras y medidas en los comportamientos de los mercados. Además, está el trato preferencial que recibe en el mundo de los negocios por ocupar la silla de Abraham Lincoln.

Se necesitan tres condiciones para solicitar un impeachment: argumentos de la doctrina fundacional, legales y políticos.

En cuanto a la doctrina, en El Federalista, Alexander Hamilton señaló las condiciones para que tuviera lugar un impeachment: “serán sujeto de impeachment aquellos delitos que proceden de la mala conducta de los hombres públicos,  del abuso o violación de alguna confianza pública”.

En términos legales, para que ocurra un impeachment es necesario que el Presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes —Bob Goodlatte— evalúe la viabilidad y lo solicite a las cámaras.

En sede política, los republicanos no considerarán el impeachment sino hasta que los disparates de la Oficina Oval les cuesten electoralmente; y la primera parada serán las encuestas para las elecciones intermedias.

Un impeachment sería una salida desesperada, fuera de la común, para los desvaríos, también fuera de lo común, de Trump.

La presidencia de Donald Trump está fuera de juego, comete fallas día tras día, no conoce los reglamentos, ignora las conductas deportivas; y no, no solo es fútbol: es la vida entera lo que está en juego.

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Trump y Bannon vs el Papa Francisco

Apenas ayer, un editorial de The New York Times señaló los vínculos entre los grupos ultraconservadores de la Iglesia, Steve Bannon —jefe de Estrategia de la oficina de Trump— y, por ende, el actual presidente de Estados Unidos.

Benjamin Harnwell, confidente del Cardenal Burke, ha declarado públicamente su cercanía con Steve Bannon y su interés en que el Instituto para la Dignidad Humana pueda velar por los intereses políticos de los católicos.

El editorial adquiere relevancia internacional por dos motivos: el nombramiento del embajador de Estados Unidos en el Vaticano y la posible reunión del presidente Trump con el Papa Francisco, a finales de mayo, aprovechando la visita a Sicilia por el G7.

No hay que perder de vista que el Cardenal Burke, junto con los Cardenales Walter Brandmüller, Joachim Meisner y Carlo Caffarra pidieron a finales del año pasado al Papa Francisco que clarificara algunos puntos, en su opinión difíciles, de la Encíclica Amoris Laetitia —específicamente el espinoso asunto de permitir la comunión a los divorciados vueltos a casar—.

La nota no me sorprendió pues en las trincheras de la intolerancia coinciden las posturas más absurdas. Los grupos conservadores —todos—responden a la misma lógica, la del simplismo intelectual: yo estoy bien,  tú estás mal y que nada cambie. Por eso, cualquier cosa que suene a algo distinto es peligrosa y todo lo que huela a rancio se sospecha como verdadero.

Así, la ola ha alcanzado a la Iglesia y al propio Papa Francisco, quien esta semana vio amanecer, en las calles de Roma, propaganda que cuestionaba su propia misericordia. No habíamos visto algo así: los grupos conservadores de la Iglesia —que llevan meses intrigando en contra del Vicario de Cristo— han salido a las calles a cuestionar la calidad moral del Pontífice. Esto es, a todas luces, inaceptable por falso y por cobarde.

Los detractores del Papa, que son muy cercanos a Bannon de acuerdo con el editorial del Times, arguyen que Francisco es “demasiado socialista y proclive a mantener relaciones con los musulmanes”. Y, eso sí, ¡no se puede aceptar! ¡Faltaba más!

A estos fanáticos les ofende que el Papa considere la opción preferencial por los pobres como una de sus principales preocupaciones pastorales. También, les molesta que tienda puentes con las otras religiones; todavía más, que se haya atrevido a mostrar misericordia por los feligreses que tienen una situación moral difícil frente a la tradición del magisterio.

La Iglesia ya ha cometido antes este error y ha pagado por ello. No se nos olvide que en los días de Mussolini, los católicos italianos alabaron al dictador por los Tratados de Letrán: cuando intercambiaron un pedazo de tierra por la obligación cristiana de defender a los más débiles. No podemos darnos el lujo de repetir los mismos errores y pactar con dictadores por favores políticos.

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No, no es un gran negociador

La política del presidente Trump a veces parece errática, a veces absurda, otras caprichosa. Algunos quieren leerlo como un “gran negociador que apuesta doble o nada”. No estoy de acuerdo. Si consideramos las promesas de campaña y las órdenes ejecutivas que ha firmado hasta hoy, es posible encontrar un itinerario muy preciso de gobierno que está alineado con los intereses que expresó en su toma de posesión: la agenda de la ultraderecha supremacista americana, la Alt Right.

La Alt Right se define por ser “un conjunto de ideologías de extrema derecha, grupos e individuos cuya creencia básica es que la “identidad blanca” es atacada por fuerzas multiculturales usando “corrección política” y “justicia social” para socavar a los blancos y a su civilización”.

La Alt Right desprecia ideas como tolerancia, igualdad y derechos humanos; son, además, defensores de la noción de “raza” y de un darwinismo social de lo más trasnochado que hemos visto en años.

La versión del siglo XXI del Ku Kux Klan se fue fortaleciendo en las zonas rurales de Estados Unidos —no es casualidad que el candidato Trump no haya ganado los votos en una sola ciudad americana—. Su líder, David Duke, mostró su apoyo al entonces improbable candidato, le ofreció los votos que lo llevaron a la presidencia y le dictó las líneas de comunicación y de gobierno que  hoy son el norte de la política de la Casa Blanca.

La Alt Right es la que organiza las marchas contra los inmigrantes, la que promueve los discursos de odio contra los mexicanos, la que hace declaraciones antisemitas, la que descalifica el trabajo de las universidades, la que cuestiona la información de las agencias de noticias.

Aunque suene inverosímil, es momento de encarar que estamos frente a un gobierno que da la espalda a los tratados internacionales –en una semana traicionó las promesas comerciales del TLCAN, los compromisos ecológicos del Acuerdo de París y las humanitarias de la Convención de Ginebra. Un gobierno que tiene una agenda marcada por la división, el odio y el racismo. Un gobierno racista, xenófobo, misógino. Intolerante, pues.

Así que no nos engañemos. Con ese tipo de gobiernos no se negocia; a ese tipo de administraciones se les enfrenta, como ya han sugerido los presidentes de Francia y Chipre, François Hollande, y Nikos Anastasiadis, respectivamente, y los primeros ministros de España, Mariano Rajoy; Italia, Paolo Gentiloni; Grecia, Alexis Tsipras; Portugal, António Costa, y Malta, Joseph Muscat.

Un “gran negociador” juega con las reglas, respeta a los otros jugadores y no embosca a sus aliados. Un buen negociador no compromete sus principios y sabe que su palabra es el activo más valioso con el que cuenta. Un buen negociador defiende sus intereses pero no compromete los ideales y ése, mucho me temo, no es Donald Trump.

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De Presidente a Presidente

La toma de posesión de Donald Trump no nos da un momento de respiro. El actual presidente de los Estados Unidos llegó al poder en medio de protestas y reclamos nunca antes vistos. Su popularidad es la más baja en 60 años, tanto que los expertos de la “elección racional” ya preparan los tres escenarios posibles para su salida.

La Resistencia empezó a operar –que no a planearse y a organizarse– veinticuatro horas después de que el nuevo presidente se acomodara en la silla de Abraham Lincoln.

A diferencia de otras tomas de posesión de tiranos, ésta vez en las calles se vieron muestras de repudio, de descontento; lo que muestra que los ciudadanos del siglo XXI tenemos claro qué queremos y cómo lo queremos. También, que no vamos a conformarnos con un destino triste cuando podemos alcanzar el horizonte al que tenemos derecho.

La marcha de las mujeres fue el termómetro que midió nítidamente el descontento mundial frente a la nueva administración. Hoy, los presidentes de todo el mundo conocen del malestar de los ciudadanos por la línea de la nueva administración de la Casa Blanca. Así, es tan fácil elegir la postura correcta como difícil tener la valentía para llevarla a sus últimas consecuencias.

No hay un sentimiento de revancha ni de antiamericanismo. Lo que salió a la luz fue la posición de resistencia: ninguna ni ninguno permitiremos un retroceso en los derechos que hemos ganado; tampoco permitiremos que la intolerancia sea la marca de la casa; estamos dispuestos a organizarnos y no dar tregua alguna a quien no hable y respete el lenguaje de los derechos.

Llama la atención que la participación de la marcha de las mujeres en México haya sido tan poca; sobre todo si consideramos que en otros lugares del mundo los manifestantes se opusieron al muro fronterizo que nos impacta directamente.

Mucho me temo que el  malestar social mexicano está en una etapa de aletargamiento corrosivo que sólo anuncia explosiones desarticuladas. Y eso, estratégicamente, es un error. El liderazgo que tenga la valentía de levantar la bandera anti-Trump en México capitalizará su fuerza en las elecciones del 2018.

Hay que saber estar del lado correcto de la historia: ser valiente y enfrentar a los dictadores, a quienes van en contra del espíritu de los tiempos, a los que impiden el paso del progreso. Es incontrovertible que eso significa plantarle cara a Donald Trump.

La reunión con el Presidente de nuestro país, Enrique Peña Nieto, será un momento clave pues impactará desde la economía hasta el ánimo nacional. Estoy segura de que el Presidente sabe que sus ciudadanos necesitamos que tenga una postura firme –como la que ha mostrado en los últimos mensajes– que defienda los intereses de la nación. La actitud correcta será la de mantener la cara en alto y la dignidad intacta: negociar de Presidente a Presidente.

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¡Bang, bang! Ahí viene Trump

El viernes se realizará el juramento del Presidente 45 de la Unión Americana, Donald Trump. Como ha dicho certeramente Héctor Aguilar Camín: “solo hay algo peor que un político profesional; uno no profesional”.

Por inverosímil que suene, un bully estará al frente de la nación más poderosa del mundo. Un señor que no está en forma –ni intelectual ni moral– para hacer frente a los grandes retos de la política de Washington.

Respondo, a continuación, las cinco preguntas que más me han hecho en los distintos foros de análisis en los que he tenido la fortuna de participar, en México y en Estados Unidos.

¿Qué nuevas prácticas saludaremos? La mentira como el plato fuerte del día; el ascenso de la Alt Right —la creciente ultraderecha supremacista blanca—; el capricho como forma de gobierno; la calumnia desde la silla de Abraham Lincoln. Veremos, también, una administración a la que no le importan ni la ética ni el conflicto de intereses.

¿De qué nos despediremos? De la corrección política del lenguaje —que fuera duramente criticada pero que desde ya, se extraña—; de una política inclusiva; de la defensa de la clase media; de un liderazgo internacional moderado; de un discurso articulado; de la consistencia política; de la libertad de prensa.

¿Quiénes deben preocuparse por este nuevo régimen? Todas y todos: las mujeres, los miembros de la comunidad LGTBI, los judíos, los cristianos, los inmigrantes, la clase media; también, los mexicanos y los europeos; y los japoneses, los canadienses y los chinos.

¿Cuánto tiempo tendremos que resistir? Hay tres escenarios. El primero, sería esperar la solicitud de un impeachment, aunque es difícil predecir la respuesta por la mayoría republicana en las cámaras; el segundo, esperar las elecciones intermedias y confiar en que una nueva configuración demócrata equilibre las fuerzas. Tercero, esperar cuatro años a las próximas elecciones presidenciales.

¿Cuáles son los puntos estratégicos que no debemos perder de vista? El nombramiento pendiente en la Suprema Corte de Justicia pues su voto es clave en temas de igualdad de derechos y oportunidades. Un retroceso en este sentido puede llevarnos al pantano de la intolerancia. Además, tenemos que estar atentos a las reacciones de las agencias de inteligencia; no creo que sea poco el legado de John Brennan.

Celebro que la sociedad civil se esté organizando para dar la cara al matón del pueblo: la marcha de las mujeres prevista para el 21 de enero será un parteaguas en la historia americana. Ésta, entre muchas otras organizaciones de resistencia, será el contrapeso necesario para sobrellevar los días negros que están por venir.

El contraejemplo preferido de los profesores cuando enseñemos ética será la presidencia de Donald Trump. Porque, qué nadie lo dude, esto solo es un revés: ¡destino no será!

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¡Hasta siempre, Barack!

Por razones ideológicas —mi afinidad intelectual con el liberalismo igualitario— y por cuestiones personales —la cercanía con la Universidad de Chicago— pude seguir el día a día de la histórica gestión de Barack Obama.

La primera vez que oí hablar de él fue por referencia de Cass Sunstein, el extraordinario abogado con quien cotilleaba en las mañanas en el pasillo; de manera casual, Sunstein hizo referencia a un profesor visitante de la facultad de leyes en la Universidad de Chicago, que era carismático y articulado pero que, además, tenía un alto perfil político y que defendía los principios del liberalismo igualitario. Fue ahí que empecé a seguirle la pista Obama.

barack-obama

La campaña presidencial del 2008 fue insólita porque, por vez primera, las redes sociales jugaron un papel definitivo en la elección. De ese momento, todo lo recuerdo: el estupor frente a un candidato afroamericano; el discurso liberal; la magia con la que entregaba sus discursos. “Yes, We Can” pasó de ser un eslogan de campaña al motto que muchos asumimos como propio: el hijo de una madre soltera y miembro de una minoría racial se había convertido en el presidente de Estados Unidos de América.

Obama recibió la Casa Blanca en medio de la gran recesión económica que crearon las políticas neoliberales de los republicanos. George Bush le entregó el país con una tasa de desempleo de 10.1% y Obama la deja a Trump en 4.6%. En 2009, el PIB cayó 2.4% respecto del año anterior e, irónicamente, en 2015 creció 2.4% respecto de 2014.

 Tuve el privilegio de estar el cuatro de noviembre de 2008 en el emotivo discurso que dio en un abarrotado Grand Park en Chicago; el seis de noviembre de 2012 estuve en el Millenium Park celebrando la sobrada victoria con la que iniciaría su segundo mandato. Sentí, entonces y ahora, orgullo y esperanza porque el liderazgo de la nación más importante del mundo estaba bajo los hombros de un gran constitucionalista.

La noche de ayer, en el McCormick Center de Chicago, vi despedirse al hombre que le devolvió la esperanza a quienes creemos en la justicia; que peleó por un sistema universal de salud; que no alcanzó a cerrar Guantánamo, pero que la deja con 42 presos; que intentó una reforma migratoria una y mil veces; que dejó su capital político por oponerse a la Asociación del Rifle; que impulsó una política igualitaria en trato y oportunidades para todas y para todos.

De Obama me quedo con sus principios políticos y con su fuerza: hace falta ser un caballero para no rendirse nunca por lo que se cree y se ama de verdad; y eso, mucho me temo, no lo veremos en la próxima administración.

El discurso de cierre de Obama fue el final de una utopía llamada América que nos toca seguir construyendo: cada día y todos los días, como entonces.

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Nuevos tiempos, nueva tinta

La música necesita pentagramas, notas, instrumentos y directores pero cada composición e interpretación son diferentes. Es un error aferrarse a los instrumentos viejos o repetir el canon aceptado cuando la versatilidad del tiempo ofrece nuevas opciones y reclama nuevos sonidos.

Lo mismo pasa con las constituciones: demandan principios rectores, articulación de leyes y de poderes pero, sobre todo, que sus letras resuenen en el corazón de los ciudadanos con ritmos sincronizados.

El pulso del mundo ha cambiado, lo sabemos todos. Por eso, es necesario que cambien también las constituciones que acompañan el devenir jurídico de los Estados.

Hay, al menos, tres proyectos importantes de nuevas constituciones que buscan refrescar la legalidad de sus estados y que aspiran a que la tinta que escribe la constitución no sea costra sino torrente sanguíneo que revitalice a los órganos de gobierno. Me refiero al proyecto italiano, al español y –naturalmente– al de la Ciudad de México.

Aunque el referéndum del fin de semana pasado no aprobó una nueva constitución, es claro que los italianos necesitan enfrentar con un texto distinto los retos económicos y de pertenencia a la Unión Europea que, sobra decirlo, encararán inevitablemente.

En España, por su parte, los estragos de la gran recesión apenas dejan de sentirse pero su paso no ha dejado incólume a la sociedad; apenas ayer, los líderes de todos los partidos aceptaron que era necesario que el texto constitucional fuera renovado. Y aunque todavía no queda claro el rumbo, al parecer los derechos sociales –salud, educación, vivienda– ocuparán un lugar central para revitalizar a la lastimadísima sociedad española.

Finalmente, la propuesta de Constitución para la Ciudad de México –la más grande del mundo– ha ocupado los titulares de los periódicos durante los últimos meses. Se trata de una Constitución marcadamente progresista, con un enfoque de derechos humanos, a la que no le faltan críticas. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que nuestra Constitución, en 1917, padeció los mismos ataques: “utópica, inviable económicamente, socialista” y que, al paso de los años, mostró su eficacia para los nuevos tiempos.

Las partituras políticas se renuevan y no podemos ser sordos a los gritos de la historia; los corazones de los ciudadanos han encontrado un nuevo ritmo que se acompañará con nuevos acordes que refresquen el pulso de las naciones. Así, las constituciones reclaman nuevas tintas, nuevas ideas, nuevos tonos, para los días por venir. Nada más absurdo que abrazar cadáveres cuando las emociones que anuncian el siguiente año se sienten a flor de piel.

2017 será un año tenso pues los gobernantes giran hacia la derecha mientras que las constituciones lo hacen a la izquierda. El riesgo máximo sería olvidar el pulso de los ciudadanos.

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Un no a Turquía

Hace tiempo que la política del Presidente Erdogan, de Turquía, nos tiene muy preocupados. Primero, por el ataque sistemático hacia la comunidad kurda; segundo, por el nuevo acercamiento con Putin; tercero, por el permiso de tránsito que da a ISIS y que permite vender en el mercado negro el petróleo que subvenciona los ataques terroristas.

En cuarto lugar, por las purgas tras el intento de  “golpe de Estado”; quinto, por las intenciones de restaurar la pena de muerte; sexto, la destitución de 2745 jueces; séptimo, el hostigamiento en contra de mil académicos que demandaban respeto a los derechos humanos de los turcos; octavo, la purga contra militares; noveno, el acoso económico hacia los empresarios; décimo, la nueva policía… la lista es interminable.

La temperatura ha aumentado por la intención de Turquía de formar parte de la Unión Europea; cuestión impensable para cualquiera con un mínimo de decencia política.

El Parlamento Europeo ha extendido una moción para pedir que se congelen las pláticas para la posible adhesión de Turquía a la Unión. Solicitud que no sorprende a ninguno que tenga el radar político ajustado a los principios y los ideales de la Unión Europea pero que ha causado molestia al gobierno de Erdogan, que ha arremetido utilizando dos argumentos falaces y una amenaza: incomprensión, superioridad y fronteras.

Me permito develar los tres momentos retóricos con los que el gobierno de Erdogan quiere validar su candidatura –a pesar de no tener solvencia democrática para hacerlo.

Primero, Ankara ha señalado que todo es un “problema de comunicación”. Se trata del típico argumento que busca hacer nebulosa la verdad. No es un problema de comunicación, pues hay pruebas, hechos e incluso recomendaciones de las Naciones Unidas o Amnistía Internacional que han señalado la ausencia de libertades de los ciudadanos turcos.

Segundo, el gobierno turco ha acusado a España de no cumplir los requisitos para pertenecer a la Unión y ha puesto bajo sospecha el caso de Polonia. ¡Atacando buscan validar su posición!

Tercero, Turquía ha amenazado a la Unión Europea diciendo que abriría las fronteras hacia Europa a los miles de refugiados sirios que están dentro de su territorio.

Así, tenemos una muestra de la retórica del desconcierto que usan los bandidos: confunda, traslade la carga de la prueba y amenace. Lo que olvida el gobierno de Erdogan es que nadie quiere un socio bandolero.

Los ideales que sostiene a Europa son el resultado de siglos de civilización occidental; quien no comprenda el camino andado y asuma los principios democráticos y de derechos humanos no puede, simplemente, pertenecer. Simple y llano.

Que no se nos olvide: no hay convivencia posible sin un horizonte de ideales común. Turquía, para decirlo en mexicano, quiere la leche sin comprar la vaca. Y eso es inaceptable.

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Póker de intolerantes

El presidente electo de EU, Donald Trump, ha seleccionado a personalidades controvertidas para ocupar las posiciones más relevantes de su gabinete.

Primero, el senador Jeff Sessions, quien ha sido uno de los legisladores que se han mostrado más duros frente a los problemas de los migrantes. El Presidente electo piensa que su perfil es ideal para ser el procurador general. Esto, no hace sino anunciar la judicialización de la situación de los migrantes y posibles violaciones sus derechos inalienables.

Segundo, Mike Pompeo estaría al frente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); Pompeo es famoso por estar en favor de la tortura y del espionaje; fue patrullero de la cortina de hierro y defensor de Guantánamo. Pompeo no conoce de dignidades pero sí de atrocidades.

Tercero, Michael T. Flynn sería el asesor de Seguridad Nacional; un exdirector del Pentágono que desprecia las labores de inteligencia tecnológica y que privilegia las vía de tortura. Además, desde hace 15 años se ha mostrado en contra del Islam.

Por si esto fuera poco, todo indica que Jerry Falwell Jr. estará al frente de los asuntos de educación. Falwell es presidente de Liberty University, conocido líder religioso que respalda al creacionismo.

La controversia entre evolucionistas y creacionistas es añeja en la política americana; se trata de la pregunta clave hacia los candidatos para saber si gobernarían de la mano de la ciencia o siguiendo los preceptos de la fe. Sin embargo, desde 2014 el propio Papa Francisco señaló que para él no hay incompatibilidad entre el creacionismo y la evolución; para el pontífice actual, “la evolución y Dios no son excluyentes”.

Pero para el rector Falwell Jr., sí. No sorprende, pues, que la universidad que dirige ocupe el lugar 287 en el National Universities Rankings. Lo que sí es de extrañar es que un presidente deje de utilizar el mejor talento disponible; me cuesta trabajo creer que Christopher L. Eisgruber, rector de la Universidad de Princeton; Drew Faust, rectora de la Universidad de Harvard; o Robert J. Zimmer, rector de la Universidad de Chicago, no hayan sido mencionados siquiera.

Así, todo indica que a partir del 20 de enero de 2017 tendremos un póker de intolerantes al frente de la nación más poderosa del mundo: un antiinmigrante, un torturador, un islamofóbico y un fideísta ignorante, todos bajo el mando del sulfurante Donald Trump. ¿Qué irán a enseñar a los niños? ¿Cómo enfrentarán la crítica de los medios? ¿Qué será de la cultura de los derechos humanos?

Mucho me temo que es el final del mundo como lo conocimos; pero nuestro trabajo es reconstruir la realidad que queremos, desde hoy hasta el fin de nuestras vidas. ¿Por qué? Porque es lo que merecemos, ni más ni menos.

No nos engañemos, pues. El Presidente electo no es un pragmático, ni un negociador, ni un hombre de negocios.

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Nuevos tiempos, nuevos rostros

CNN filtró el plan de trabajo para los primeros 200 días del presidente electo Donald Trump y las noticias no fueron buenas para nuestro país. Lamento que lleguen estos días a nuestra historia pero, estoy convencida, de que debemos enfrentarlos con la frente en alto, con esfuerzo y con una enorme lealtad con nuestro México.

La presidencia de Trump será un periodo de crisis y retos para nuestro país. Crisis por los cambios en el comercio y en la política aunque, quisiera insistir, también será un periodo de grandes oportunidades.

Estoy segura de que veremos el surgimiento de nuevos liderazgos políticos y que se renovarán los rostros de los protagonistas de la vida pública pues no se puede servir vino nuevo en odres viejas.

El rejuvenecimiento democrático encara a las necesidades de nuestro país y a la superación de la gerontopolítica de la que muchos nos hemos quejado. Los candidatos “de siempre” —esos que elección tras elección pierden y cierran el paso a los jóvenes— deberían retirarse para que sus propios partidos se refresquen y puedan hacer frente a los retos que México necesita.

Lo que preocupa, principalmente, a los políticos es la posible renegociación del TLC. Se trata de un tema moral y que no debemos dejar pasar; es muy importante que los integrantes del gabinete asuman la posición de liderazgo que corresponde y que, hay que decirlo, hasta hoy han hecho muy bien.

Celebro las oportunas declaraciones de José Antonio Meade, Agustín Carstens y Claudia Ruiz Massieu frente a este nuevo en la relación bilateral, en la economía y en la política interna del país.

Nadie mejor que el secretario Meade para asumir este reto pues su experiencia en Relaciones Exteriores, Sedesol y Hacienda le ofrecen un panorama de 360 grados sobre los retos de los días por venir.

Pero también es importante la participación activa de la sociedad civil; necesitamos defender los valores de la democracia: la igualdad, la libertad y la legalidad no pueden ser puestas en duda, a pesar de las tormentas del país vecino.

Sospecho que la participación de la academia no se hará esperar pues los discursos de odio tienen que ser frenados con los mejores argumentos y con la solvencia intelectual que hay en nuestras universidades. Me gustaría imaginar que el secretario Nuño podría considerar incluir en la reforma educativa una materia transversal sobre Derechos Humanos que mengue el impacto de los desvaríos que se viven en el norte pero que, sin duda, dañan la autoimagen de nuestros migrantes, de sus hijos, de sus connacionales.

No son días para mirar atrás sino para abrir futuro; hay que luchar para alcanzar el horizonte democrático que nos hemos planteado. En los días de crisis se mide la fuerza de nuestras convicciones y amor por México. ¡Bienvenida sea la ayuda de todas y todos!

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La otra América

La noche de ayer fue de nervios, de desconsuelo, de terror. Prácticamente todos los ciudadanos del mundo mirábamos con horror y con temor cómo poco a poco se invertían los resultados de las encuestas.

Las predicciones se equivocaron, los analistas no creímos posible lo que la realidad nos demostró. El candidato republicano se quedó con la Casa Blanca y se lleva a vivir ahí todo el odio que siente por nosotros, por las mujeres, por la dignidad humana.

Trump es el presidente electo de Estados Unidos. Electo a pesar de todo: de insultos, de insensateces, del desprecio por la igualdad.

Ayer no sólo perdió Hillary. Perdimos todos, pues tener por presidente de la nación más poderosa a un gobernante desquiciado —tanto como en su momento lo fuera Nerón para Roma— no augura buenos tiempos para nadie: ni para las mujeres, ni para los europeos, ni para los mexicanos.

Lo que nos mostró esta elección es que la idea de América, ésa sobre la que tanto hemos dibujado y soñado, no es tal. Estados Unidos es un país de bárbaros, de personas que no quieren aceptar la igualdad ni el respeto; por difícil que resulte leerlo —y escribirlo— la civilización americana no deja de ser machista y discriminadora.

Ayer votó la América bárbara, esa que estaba escondida y que encontró en Trump a alguien que decía sin miedo y con fuerza todas las insensateces que guardaba en su corazón; la América que late con la fuerza del odio y del desprecio.

Y nos equivocamos al infravalorar la fuerza de la ignorancia; del poder que tienen los estereotipos; que el machismo corre por la sangre de la mayoría de la población; que es más fácil destruir que construir.

Nos engañamos pensando que la cultura de los derechos humanos, de la igualdad, era el imaginario político dominante de la sociedad americana. Pensamos que las ideas de los padres fundadores, de la revolución americana, estaban arraigadas, asumidas, queridas y aceptadas. Y no.

¿Qué sigue?: Asumir el golpe y dar la batalla. No podemos permitir que la intolerancia se vuelva la moneda de cambio de la región. Tenemos que aguantar y resistir: educar y señalar. No perder el orgullo mexicano ni abandonar a nuestros migrantes. Defender lo ganado en el Tratado de Libre Comercio. No permitir las humillaciones.

Sigo sin encontrar las palabras, ni los argumentos, para explicar a mis alumnos, a mis sobrinos, a los jóvenes, que el próximo presidente de Estados Unidos será un machista, misógino, intolerante y discriminador. Le fallamos a los valores democráticos occidentales y, que nadie lo dude, pagaremos por ello.

Trump va a incendiar Washington en medio de la borrachera de éxito que lo acompaña; arrastrará en su desgracia todo lo que la antorcha de la Estatua de la Libertad iluminó durante tantos años, para tantas personas. ¡Cuánto lo lamento! La historia nos lo recriminará.

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Elecciones cardiacas

He tenido la fortuna de acompañar los procesos electorales de Estados Unidos desde hace más de doce años; puedo decir que, esta ocasión, ha sido única y cambiará el modo en el que, a partir de ahora, se harán tanto la política como las campañas.

El perfil de los candidatos, los debates, las características de los votantes, los escándalos e, incluso, la intervención de líderes del extranjero han hecho que, día a día, varíen las encuestas aunque, hay que insistir en esto, no necesariamente el resultado final de la elección.

Ambos candidatos ganarán pero cada uno en el ámbito que le corresponde; seguramente, Hillary Clinton será la próxima presidenta de los Estados Unidos como consecuencia de la sólida carrera que ha construido. Por su parte, Donald Trump hizo de la campaña un nuevo “reality show” de audiencia mundial; así, se convirtió en un extraordinario “show man” y en un político ridículo.

El saldo que dejan las elecciones no solamente es un nuevo presidente. Hay que considerar, también, la configuración de las cámaras y la sensibilidad política de los votantes: la nueva presidenta tendrá que gobernar a una sociedad no solamente divida sino polarizada.

Estas elecciones fueron políticamente maniqueas: se enfrentaron la intolerancia frente a la sensatez; el pasado frente al futuro. Y de dichas tensiones no puede quedar sino una sociedad dividida.

La principal batalla que tendrá que enfrentar Hillary es frente a las sombras de la intolerancia para desmontar los estereotipos, estigmas y humillaciones que dejó Trump durante su campaña. El torbellino de la intolerancia deja en números rojos tanto al partido republicano como a los norteamericanos, en general.

A pesar de las sospechas que hay alrededor de Hillary, estoy segura de que será una extraordinaria presidenta: fiel a los principios del partido demócrata, comprometida con los valores de su país y cercana a la sensibilidad de las personas.

Sin duda, este estilo de liderazgo cambiará los patrones oxidados de la política mundial pues dará oxígeno a los deseos de cambio, al enfoque femenino en la política.

Cuando los votantes salimos a emitir nuestro voto tenemos que ser conscientes de que no hay candidato perfecto. Eso, simplemente, no existe. Pero lo que sí hay son una serie de candidatos con agendas políticas específicas. Algunas de ellas son más cercanas a nuestros valores e intereses; otras, son francamente opuestas o inaceptables.

Así que al momento de votar no hay que buscar ni “al Mesías salvador del pueblo” ni “al Príncipe Azul que sí sabe hacer las cosas”; se trata, en mi opinión, de una apuesta modesta por una candidata o candidato con el que coincidimos en la mayoría de los asuntos —es imposible que sea en todos—, cuya voz hace eco en nuestro corazón, al que confiaríamos las decisiones más difíciles.

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La sonrisa de Hillary

La sonrisa femenina más famosa de la historia es la de la Mona Lisa; el icónico cuadro de Da Vinci nos ha maravillado durante siglos por la enigmática expresión de la modelo. Y es que la sonrisa puede decir tantas cosas sin decirlas: las hay de burla, de engreimiento, de alegría; también las hay de maldad, astucia o venganza.

Respeto a Hillary Clinton. Me gusta su estilo de liderazgo político; me agrada que se asuma como una liberal igualitaria; comparto su defensa de los derechos de las niñas y de las mujeres; pero, lo que más me gusta de ella es su sonrisa.

Me agrada que, frente a cada ataque de Trump, ha sonreído; que frente a las indiscreciones de Bill Clinton ha sabido, también, reír al último. Me gusta la forma en que sus labios cambian y se alegran cada vez que dice el nombre de su hija, Chelsea.

Hillary se enjugó las lágrimas de la derrota en las primarias frente a Obama y, siendo la gran política que es, se convirtió en su colaboradora. Hoy, tiene a la Primera Dama y al Presidente haciendo campaña para ella, zanjando los problemas con el carisma de la Casa Blanca.

Hillary supo perder sonriendo hasta que ganó por sonreír.

Pero la suya no es una sonrisa bobalicona ni complaciente; mucho menos la sonrisita cursi de coqueteo barato: qué nadie me malentienda. Cuando digo que me gusta su risa, me refiero a la astucia que se le escapa por entre los labios; a la seguridad de poder responder con guiño con la misma contundencia que con palabras; y, tengo que aceptarlo, a la maldad que —de vez en vez— se le transparenta cuando parece que se alegra.

Buena parte del éxito que logró Hillary en el segundo debate, se debió a que mostró el temple necesario para enfrentarse a un candidato de tan baja estatura intelectual y moral. Me parece mucho más peligrosa una mujer que ríe, que un hombre que descalifica.

Esta noche veremos el tercer debate presidencial en Estados Unidos. No me sorprendería ver más descalificaciones que argumentos en contra de Hillary. Pero este nivel tan bajo de discusión es excepcional; la tradición de debatir en Estados Unidos es más grande y sólida que las malas artes del candidato Trump.

Ojalá, en nuestro país, adoptáramos esta tradición como algo absolutamente propio, más participativo y menos acartonado; como una práctica que construya el futuro democrático que nos merecemos. ¡Qué tengamos noches de debate en donde se contrapongan las ideas; qué estén llenas de argumentos; que las voces resuenen en sintonía de alta definición pero, por encima de todo, que muestren un gran amor y un profundo respeto por nuestro Estado, por lo nuestro!

La sonrisa de Hillary nos deja ver a una mujer de acero que está lista para ser la primera presidenta de los Estados Unidos de América. Me gustaría, muy pronto, mirar también la sonrisa de Margarita.

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¿Qué tan “Trump” es usted?

Aristóteles señaló, hace más de veinte siglos, que las cosas se conocen por sus contrarios. Tiene razón: la salud se justiprecia en los días de enfermedad; se añora la paz en los días de guerra; comprendemos la importancia de la sensatez cuando nos enfrentamos al absurdo. Lo mismo pasa con Trump cuya figura nos ha servido para valorar lo que damos por supuesto en la convivencia democrática y para rechazar los devaneos con la intolerancia.

El debate del domingo pasado, situación histórica y que funda tradiciones, dejó una sensación de rechazo y de desprecio por la conducta del candidato republicano. Más allá de encuestas y de posiciones políticas, se impuso un sentimiento unánime de repudio hacia la actitud lerda e irrespetuosa de Trump.

Su conducta, su lenguaje, sus palabras retrataban de cuerpo entero al cretino que es, y ha sido, desde hace años pero que —hasta la noche de este domingo—causó un hastío definitivo y una reprobación generalizada.

Es posible que, con los años, la palabra Trump deje de ser un nombre propio para convertirse en un adjetivo que refiera todo lo que despreciamos en el mundo democrático. Propongo a los lectores ocho preguntas para evaluar ¿qué tan Trump es usted?

a. ¿Se refiere a las mujeres de manera peyorativa? ¿Suele instrumentalizarlas? ¿Piensa que su encanto de macho alfa le permite hacer con ellas lo que quiera?

b. ¿Cree que el dinero y la fama son el pasaporte que le abre todos los caminos a pesar de su impertinencia, estupidez o trato soez?

c. ¿Ha pensado, seriamente, en poner un muro que divida los códigos postales aceptables del país de los que no lo son?

d. ¿Se ufana cada vez que no paga impuestos? ¿Piensa que el SAT es un instrumento estúpido dedicado a criminalizar la riqueza? ¿Cree que los pobres lo son por flojos?

e. ¿Piensa que el derecho a la libertad de expresión le permite mentir públicamente, difamar, descalificar sin fundamento alguno?

f. ¿Ve a los ciudadanos guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses como depredadores de la grandeza mexicana?

g. ¿Cuándo se le agotan los argumentos acude a las amenazas? ¿O a los insultos? ¿”Prepotencia” es su segundo nombre?

h. ¿Piensa que no es posible cometer un acto de violación dentro del matrimonio?

Si respondió a alguna pregunta afirmativamente, es momento de replantear el rumbo y tomar algunas lecciones de civismo para el siglo XXI, derechos humanos y equidad de género. Evite, con todas sus fuerzas, ser un “Trump”.

Con compromiso, con sinceridad, se puede construir un nuevo horizonte de convivencia política. ¡No tenga miedo!

Estoy segura de que Donald Trump sería un presidente terrible: su gestión pasaría a la historia como un periodo oscuro, intolerante y peligroso. Afortunadamente, todo indica que sus posibilidades se evaporan dejando tras de sí un molesto tufo.

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El antihéroe de los Derechos Humanos

El mundo está convulsionando. Tomamos el café de la mañana con las noticias más recientes sobre terrorismo, posibilidades de guerra e intolerancia. Es, precisamente, en estos días cuando se vuelve imperante insistir en el compromiso con los Derechos Humanos y fortalecer a las Naciones Unidas —el uno, como ideal normativo; el otro, como institución—.

La Declaración Universal de Derechos Humanos nació como un compromiso mundial por mantener la paz de un mundo que venía de la bancarrota moral: las dos grandes guerras del siglo XX lastimaron a varias generaciones que tuvieron que reconstruir sus vidas con las cicatrices de las guerras.

Bajo la tutela de Eleanor Rooselvelt y avalada por importantes filósofos —Rene Cassin, John Humphrey, P. C. Chang, Charles Malik y Jacques Maritain—, la Declaración Universal quiso dar sentido a la ONU y, al mismo tiempo, ser la brújula que orientara el desarrollo global: una guía moral que integrara el respeto incondicionado por la dignidad humana articulando las libertades y condiciones culturales de los países firmantes.

El espíritu de la Declaración ha animado el desempeño de la Organización, no sin tropiezos, bemoles y fracasos. Si bien es cierto que los alcances de las Naciones Unidas son —en muchos aspectos— modestos, no podemos dejar de reconocer que el organismo ha podido contener un enfrentamiento mundial.

Ban-Ki-moon, el todavía Secretario General de las Naciones Unidas, dio un fuerte discurso en el que…

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Señor Trump, el que ríe de último…

Hace dos días, la candidata demócrata a la presidencia de EU, Hillary Clinton, rechazó la invitación del Gobierno mexicano. No hacía falta tener elegantes doctorados ni poderes sobrenaturales para anticipar que la respuesta sería negativa.

Hillary, a diferencia de Trump, no es adicta ni a los reflectores ni al conflicto; tampoco tiene que ganar votos con desesperación. La candidata Clinton es una política profesional que ha sido secretaria de Estado y comprende que las formas importan y que estos días no son para hacer campaña en el extranjero.

El principal reto de Hillary es mantener la consistencia que ha mostrado en los últimos meses, presentar un nuevo empuje, y no caer en las provocaciones constantes que lanzará el candidato republicano. Y, lamento decirlo…

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Rajoy: primero soso, después rancio

Valeria López

Sólo hay algo más triste que despertar al lado de un cadáver: ser uno mismo el muerto en vida. El proyecto político de Mariano Rajoy agoniza, lo envenenó la corrupción. Y esta incapacidad de hacer Gobierno muestra que los primeros auxilios políticos que ha recibido no son suficientes. Rajoy debió haber considerado que su otrora retórica (sosa) terminaría siendo rancia.

El discurso que presentó Rajoy frente al Congreso, con la intención de convencer a los otros partidos de permitir su investidura, no tuvo mejores argumentos que “no hay de otra” más que dejarlo hacer Gobierno, pues unas terceras elecciones serían desastrosas para España. Como sabemos todos, un discurso que tiene más de chantaje que de proyecto no puede ser la mejor opción para nadie.

Rajoy nos presentó un discurso de derrota, de resignación, agónico. Y ésa es una triste manera de iniciar un periodo presidencial, un proyecto o un matrimonio: “estemos juntos porque no hay de otra, hagámoslo porque ya qué, déjenme gobernar porque sí”. Por si fuera poco, no dudó en decir que no venía a “cosechar aplausos sino a resolver problemas”.

Además de la…

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