Aristóteles dedicó uno de sus tratados breves a reflexionar sobre la respiración; al igual que sus contemporáneos —Aristógenes, Demócrito, Empédocles—, el príncipe de la Filosofía sostuvo que el cuerpo humano se nutre mediante dos operaciones: la digestión y la respiración.
Las últimas dos décadas hemos visto un giro en la forma de comprender la alimentación; dejamos atrás los productos procesados —vestigio alimenticio de las guerras mundiales del siglo XX— y dimos paso a los productos orgánicos, a los empaquetados reutilizables, a la comida artesanal. Todo esto con el fin de mantener la salud y escapar de las garras del cáncer frente al que la ciencia médica logra hacer poco, aún.
Sin embargo, perdimos de vista al otro gran nutriente del cuerpo humano: el aire —neuma, en griego—. Y, al igual que en la nutrición, tenemos que estar atentos tanto a los agresores naturales como a los que son consecuencia de la civilización. Es decir, es tan importante reducir la emisión de gases como desarrollar vacunas para las nuevas súper bacterias y virus, como el que padecemos ahora.
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